Casi todas las noches, hace ya varios años, improviso un cuento para contarle a mis hijos antes de dormir. Los cuento con la luz tenue, en voz baja, susurrada. Algunos días salen cuentos muy buenos y pienso: más tarde me levanto y lo escribo para no olvidarlo... y lo olvido. Este es mi intento de recopilarlos; los largos, los cortos, los tontos, los buenos, los graciosos, en fin; los cuentos de cada noche.
martes, 8 de julio de 2014
Lejos, muy muy muy lejos
S: mama cuenta un cuento con voz de español de España
V: sí sí, con acento español de España
ok... (de aquí en adelante el cuento se debe leer intentando hacer acento español)
ok...
En un lugar muy pero muy pero muy extra mega requete muy súper ultra muy lejano
muy lejano muy lejano muy lejano muy...
V: ¿Hace mucho tiempo?
no...
No era hace mucho mucho mucho tiempo.
Era muy muy muy lejos.
y bueno tío que el cuento lo estoy contando yo
¿O es que lo quereís contar vos?
Era un lugar muy lejano muy lejano muy lejano pero muy muy muy lejos.
Había una casita muy bonita con un patio grandote, pero lo mejor que tenía era que había sembradíos...
V: ¿Y un árbol de naranjas?
pues sí... había un naranjo, llenísimo de naranjas, pero eso no era lo que estaba contando tío. Y ya te he dicho que el cuento lo estoy contando yo y que si vos quereís contar un cuento, pues adelante que yo lo escucho, vamos, pero déjame que cuente este sin tanta interrupción pues tío. ¿vale?
... bueno, pues los sembradíos que contaba eran de frutillas, frambuesas, y moras y lo primero que uno se imagina al ver esas delicias son tartaletas, pies, queques y toda clase de postres exquisitos pues hombre.
V: ¿Y había zanahorías?
¡pero tío que este es el colmo! que uno intente hacer un cuento y que te interrumpan a cada línea...
sí, pues sí había zanahorías, y lechugas y espinacas...
Lo más importante que había en esa casa, estaba más allá de los sembradíos.
Se trataba de un árbol, era de esos árboles que tienen el tronco muy muy muy muy grande y las raíces grandes, y las ramas grandes y las hojas grandes y era muy alto, altíiiiiiisimo, de esos árboles que son un espectáculo, que son impresionantes, que te dejan así como quieto, como sin aliento.
Era de esos que uno no sabe si correr a abrazarlo o quedarse en silencio contemplándolo.
No, si les digo que era una maravilla.
Cuando la niña lo vio.... no les había dicho que este cuento es de una niña... pero bueno se los digo ahora...
La niña fue corriendo a tratar de treparse pero no pudo.
Entonces decidió hablar con él, el árbol no le respondió pero a ella no le importó.
Había decidido que serían amigos y en ese instante supo la noticia....
qué noticia dirán ustedes...
pues es que tampoco les había contado que la niña había ido allí con sus padres y ellos le contaron que de ahora en adelante esa sería su nueva casa.
Y así fue.
La niña creció allí, todos los días se sentaba bajo el árbol a cantar, o a mirar los pajaritos o a contarle cosas al árbol.
Trataba de treparlo pero era muy difícil, por eso su papá le construyó una escalera con maderas y sogas. La colgó desde una rama muy alta y le enseñó a usarla.
Al principio siempre subía con ayuda de su papá o de su mamá, pero ya después, cuando era más grande y dominaba perfectamente la escalera podía hacerlo sola.
Siempre se sentaba en la rama, se recostaba del tronco y observaba todo a su alrededor, los sembradíos, el naranjo, la casa, el cielo...
Le contaba todo, sus ideas, sus penas, sus alegrías, sus preocupaciones... todo.
Él nunca le respondía, pero ella no esperaba respuesta, solo amaba la sensación de confianza que le brindaba su amigo.
A veces sólo subía para estar en silencio y escuchar el viento, los sonidos de la naturaleza, estar en calma y respirar el oxígeno puro del árbol.
Como pasó tanto tiempo, deben saber que la niña fue aprendiendo toda clase de recetas de postres y ensaladas con las cosechas de su patio, algunas las practicó muchas veces antes que le saliera bien, otras las fue inventando ella misma. Su especialidad era el queque de zanahorias, umm yum yum ese le quedaba sabroso. La niña creció y sus postres se hicieron famosos, las personas viajaban desde diversos lugares para comprar sus delicias. Con el tiempo instaló mesas y sillas en una linda terracita para que sus clientes se sentaran a disfrutar un pedazo de tartaleta junto a un chocolate caliente, o una ensalada de espinacas con un jugo de naranjas frescas...
Con el pasar de los años su casa se amplió y tenía varias cabañas para alojar a los viajantes, que se hospedaban para descansar por varios días, desayunaban, almorzaban, tomaban café y cenaban muy relajados en aquel lugar tan hermoso.
y colorín colorío este cuento acabó pues tío
y colorín coloré ya era tiempo y olé!
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